
Sin embargo,
no es cuestión de favoritismo con la propia especie (o de antropocentrismo, que
dirían algunos), sino -y paso ahora a hablar completamente en serio- de que no
es posible comprender el medio natural actual de la comarca serrana que nos ocupa
sin reconocer la influencia que la especie humana ha tenido en su conformación.
Aunque el sustrato geológico sigue siendo básicamente el mismo, y la mayor
parte de las especies vegetales y animales que habitaban en esta comarca antes
de la llegada del hombre sigan estando aquí, es probable que no fuéramos
capaces de reconocer como propios de éste área muchos de los paisajes serranos
que nos encontraríamos si, de pronto, fuéramos transportados varios miles de
años atrás en el tiempo: robledales, alcornocales y encinares altos y espesos; ausencia de dehesas…
Quizás
incluso nos parecerían extraños algunos parajes serranos (aunque otros ya nos
resultarían familiares) si fuéramos llevados tan sólo unos cientos de años
atrás; nos sorprendería por ejemplo la abundancia de viñedos, incluso en
lugares que ahora están arbolados y parecen haberlo estado “de toda la vida”.
También ha habido cambios drásticos en el paisaje de amplias zonas que han ocurrido
recientemente y en el curso de pocos años o décadas, como la sustitución de
bosques, dehesas o matorrales por cultivos de eucaliptos, la conversión
espontánea de cultivos de cereales abandonados en espesos jarales, o la radical
transformación del paisaje en el entorno de las cortas mineras.


Lo que ya no
tengo tan claro es si esta armoniosa forma de interrelación entre el Hombre y
la Naturaleza es el resultado de la inteligencia, la suerte, la necesidad o la
impotencia de los seres humanos, es decir, si las cosas han resultado así por el talento
y buen hacer de las mujeres y los hombres serranos, o porque casualmente “han
dado en el clavo”, o porque no han tenido más remedio que hacerlo así para
sobrevivir (y los que no lo han hecho han sido eliminados por “selección
natural”), o -finalmente- porque, aun queriendo explotar y esquilmar más el medio natural, no han podido hacerlo por las limitaciones de las primitivas
tecnologías de que disponían. Ciertamente, satisfaría mucho decir que la
respuesta correcta es la primera de las cuatro, pero el hecho de que ahora,
disponiendo de potentes tecnologías, estemos destruyendo parte de lo que se
tardó siglos en construir, induce a pensar que la respuesta verdadera sea la
última. En realidad, quizás haya habido una mezcla de todo un poco:
inteligencia, suerte, necesidad e impotencia. Juzgue el lector.
En cualquier
caso el resultado está aquí, este “bosque habitado” que de nosotros depende lo
que sea en el futuro: “bosque deshabitado”, “erial habitado”, “parque de
atracciones rural”, … o quizás alguna u otra forma de bosque habitado en el
que puedan seguir conviviendo con cierta armonía la Naturaleza y el Hombre.
Pablo José Romero Gómez
Créditos de las imágenes: © Pablo José Romero Gómez, extraídas del libro “Caminos y
Naturaleza en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche (Huelva)”.
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