Cadáveres
putrefactos, sabrosos yogures, esputos de tuberculosos y aromáticos vinagres
tienen algo en común. Todos ellos son el resultado de la actividad de unos
seres vivos diminutos, no observables a simple vista ni tampoco con una lupa; seres
capaces de descomponer cadáveres de animales, convertir la leche en yogur,
producir enfermedades como la tuberculosis, transformar el vino en vinagre, y
muchas otras cosas más, pues su diversidad metabólica es amplísima. Estos seres
microscópicos de que hablamos son las bacterias, y constituyen nada menos que
un reino -en el sentido biológico del término- denominado Bacteria por los
biólogos.
Aunque
invisibles a nuestros ojos, los integrantes de este reino están por todos
lados, desde los lugares más comunes a los más inhóspitos y sorprendentes. Hay
bacterias en el suelo, en las aguas y en el aire; también asociadas a todo tipo
de animales, plantas, hongos y otros seres vivientes; aunque nos pueda causar
desasosiego, millones de individuos de este reino de seres diminutos viven sobre
nuestro cuerpo y en el interior de él, circulan por nuestra sangre y se alojan
en nuestros órganos; hay bacterias a miles de metros bajo la superficie
terrestre y a miles de metros sobre ella; se han encontrado incluso recientemente
en la superficie exterior de la Estación
Espacial Internacional y, aunque enseguida se han desatado las
especulaciones y los anuncios sensacionalistas sobre su posible origen
extraterrestre, lo más probable es que haya llegado allí desde la Tierra, quizás
mediante el fenómeno denominado “elevación ionosférica”.
Pero podría
parecer de nulo interés para el naturalista
de campo que recorre caminos y senderos en busca de seres vivos a los que
observar, armado a lo sumo con unos prismáticos o una lupa, buscar estos seres
microscópicos en sus paseos, excursiones, caminatas o expediciones. No obstante,
en ocasiones es posible observar y disfrutar, si bien no de estos seres
individualmente, sí de sus multitudinarias agrupaciones, o de sus efectos en el
medio ambiente y el paisaje, a veces llamativos y en ocasiones hasta sumamente espectaculares.
En efecto,
aunque pequeñísimas, las bacterias forman a menudo colonias, agrupaciones de
millones de individuos que en ocasiones pueden observarse a simple vista (ya sean
las propias colonias o los resultados de su actividad biológica). Entre las
bacterias que forman colonias al alcance del naturalista de campo destacan las ferrobacterias o bacterias del hierro y
las cianobacterias (antiguamente
conocidas como "algas verdeazuladas"), ambas con representantes que podemos
encontrar con facilidad en lugares como charcos, arroyos, rocas rezumantes o
lugares húmedos. Se merecen pues que les dediquemos sendos futuros artículos de
esta serie “Caminando entre bacterias” de nuestro cuaderno de bitácora.
Aunque no
deberíamos nunca olvidar que, aunque generalmente no las detectemos ni las podamos
observar con nuestros ojos, continuamente estamos caminando entre bacterias, sobre bacterias y
bajo bacterias, en casa, en la ciudad o en el campo. Estamos continua e irremisiblemente
rodeados de ellas, paso a paso, día tras día, estemos dónde estemos.
Pablo
José Romero Gómez
Créditos
de las imágenes:
1. Botes con yogur. By stgortol [CC0 Creative Commons],
via Pixabay.
2. La Estación Espacial Internacional. By NASA [Public domain], via
Wikimedia Commons.
3. Ferrobacterias en un arroyo. By Rosser1954 (self-made - Roger
Griffith) [Public domain], via Wikimedia Commons.
4. Nostoc commune, una cianobacteria cuyas colonias forman masas
gelatinosas de varios centímetros de diámetro. By gailhampshire from Cradley, Malvern, U.K
[CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons.
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