Desde un
punto de vista biológico el ser humano no es más que una de las miles de
especies de seres vivos que pueblan la Comarca de la Sierra de Aracena y Picos
de Aroche, en el suroeste de la península Ibérica (o cualquier otra comarca rural
que se nos ocurra de nuestro país). Por ello, si bajo un título denominado “La
Naturaleza”, quien les escribe tratara de ofrecer una visión general de los diferentes
componentes del medio natural de esta comarca serrana andaluza, apenas si le
correspondería al ser humano alguna línea en el apartado dedicado a los mamíferos (y con
dudas de si entre los silvestres o los domésticos), citándolo como “hombre” (Homo sapiens) o, para ser más correctos,
como “hombre y mujer”, “seres humanos” o, simplemente, “humanos”, como
prefieren llamarlos los simios del planeta de los ídem. No va a ser así, y voy
a dedicarle varios párrafos. Se me podrá acusar por ello de favoritismo, dado
que uno es, a lo que parece, miembro de esta especie (lo de Homo lo tengo claro, lo de sapiens quizás ya no tanto...).
Sin embargo,
no es cuestión de favoritismo con la propia especie (o de antropocentrismo, que
dirían algunos), sino -y paso ahora a hablar completamente en serio- de que no
es posible comprender el medio natural actual de la comarca serrana que nos ocupa
sin reconocer la influencia que la especie humana ha tenido en su conformación.
Aunque el sustrato geológico sigue siendo básicamente el mismo, y la mayor
parte de las especies vegetales y animales que habitaban en esta comarca antes
de la llegada del hombre sigan estando aquí, es probable que no fuéramos
capaces de reconocer como propios de éste área muchos de los paisajes serranos
que nos encontraríamos si, de pronto, fuéramos transportados varios miles de
años atrás en el tiempo: robledales, alcornocales y encinares altos y espesos; ausencia de dehesas…
Quizás
incluso nos parecerían extraños algunos parajes serranos (aunque otros ya nos
resultarían familiares) si fuéramos llevados tan sólo unos cientos de años
atrás; nos sorprendería por ejemplo la abundancia de viñedos, incluso en
lugares que ahora están arbolados y parecen haberlo estado “de toda la vida”.
También ha habido cambios drásticos en el paisaje de amplias zonas que han ocurrido
recientemente y en el curso de pocos años o décadas, como la sustitución de
bosques, dehesas o matorrales por cultivos de eucaliptos, la conversión
espontánea de cultivos de cereales abandonados en espesos jarales, o la radical
transformación del paisaje en el entorno de las cortas mineras.
Aunque los
componentes del medio básicamente siguen siendo los mismos (a pesar de que el
hombre haya extinguido algunas especies e introducido otras), sí ha cambiado
sustancialmente su abundancia relativa y su distribución en el espacio, así
como la estructura de la vegetación. Todo ello da como resultado paisajes
actuales en muchos casos muy distintos a los de épocas pasadas, aunque sus
componentes elementales sean parecidos.
A pesar de todo, buena parte del paisaje de esta
comarca sigue teniendo un aspecto que, a primera vista, se nos antoja más o
menos natural, con grandes espacios cubiertos en mayor o menor medida por
árboles y arbustos autóctonos (encinas, alcornoques, jaras, brezos, aulagas…)
que albergan una fauna variada y aún “salvaje”. En efecto, en buena parte de la
comarca serrana, el hombre ha transformado la naturaleza, pero sin que dejara
de parecer naturaleza y, lo que es más importante, sin que dejara de funcionar
como naturaleza. Se puede decir que el hombre ha creado en estas zonas un
“bosque habitado”, en expresión que utilicé -referida a la zona central de la comarca-
hace ya veintisiete años, en mi primer libro, “Andar por la Sierra de Aracena”,
y que parece haber hecho fortuna.
Lo que ya no
tengo tan claro es si esta armoniosa forma de interrelación entre el Hombre y
la Naturaleza es el resultado de la inteligencia, la suerte, la necesidad o la
impotencia de los seres humanos, es decir, si las cosas han resultado así por el talento
y buen hacer de las mujeres y los hombres serranos, o porque casualmente “han
dado en el clavo”, o porque no han tenido más remedio que hacerlo así para
sobrevivir (y los que no lo han hecho han sido eliminados por “selección
natural”), o -finalmente- porque, aun queriendo explotar y esquilmar más el medio natural, no han podido hacerlo por las limitaciones de las primitivas
tecnologías de que disponían. Ciertamente, satisfaría mucho decir que la
respuesta correcta es la primera de las cuatro, pero el hecho de que ahora,
disponiendo de potentes tecnologías, estemos destruyendo parte de lo que se
tardó siglos en construir, induce a pensar que la respuesta verdadera sea la
última. En realidad, quizás haya habido una mezcla de todo un poco:
inteligencia, suerte, necesidad e impotencia. Juzgue el lector.
En cualquier
caso el resultado está aquí, este “bosque habitado” que de nosotros depende lo
que sea en el futuro: “bosque deshabitado”, “erial habitado”, “parque de
atracciones rural”, … o quizás alguna u otra forma de bosque habitado en el
que puedan seguir conviviendo con cierta armonía la Naturaleza y el Hombre.
Pablo José Romero Gómez
Créditos de las imágenes: © Pablo José Romero Gómez, extraídas del libro “Caminos y
Naturaleza en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche (Huelva)”.
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